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miércoles, 27 de octubre de 2010

Sin amor, tiempo ni cólera II

Alejandro, así solía llamarse, era un prominente estudiante de Publicidad en la universidad Jorge Tadeo Lozano, llevaba una vida simple: Tv, licor, fiestas, libros, una extraña manía por los chocolates kinder sorpresa y la visión de un futuro práctico, casi resuelto, como un rompecabezas de 10 piezas con la cara mongoloide de Tribilin sonriendo. Todo encajaba perfectamente en su vida, solo le faltaba el amor, que según aprendió del matrimonio de sus padres que llevaban 45 años de casados, era para siempre.
Le resultaba inútil tratar de recordar como conoció a Marisol, por que fue como quedarse dormido, de un momento a otro se descubrió en otra vida, sin poder definir en qué instante y cada vez que se revolvía la cabeza tratando de rememorar el primer instante en que la vio, su cabeza empezaba a escribir un idilio corto pero inconsistente, demasiado romántico como para que la realidad lo soportara. Tal era la deformidad de sus recuerdos que incluso la imponía en momentos de su infancia, en fotos de sus primeros cumpleaños o en las vacaciones en punta cana. Su relación con Marisol consumió casi todos los instantes de su vida, incluyendo sus memorias y solo tenía tiempo para ella, para su estudio y para leer; el sueño y el licor, eran sacrificios insignificantes, pero que ella veía como una demostración inapreciable de su amor. Durante tres años la relación se extendió maravillosamente sobre la vida de Alejandro, Marisol y todos aquellos que tenían que soportarlos. Todo transcurrió perfectamente, hasta que los padres de Marisol decidieron enviarla a España, a terminar sus estudios. La última prueba de amor fue puesta sobre la mesa y ambos la aceptaron sin chistar.
A pesar de lo que todos afirmaban, ambos se sentían en capacidad de conservar su relación intacta, a pesar de los miles de kilómetros, el mar, la cultura y el Real Madrid. La última noche hicieron el amor varias veces y al final se quedaron dormidos, desnudos, mientras se susurraban uno al otro que se amarían por siempre.
Todo transcurrió como debía hacerlo, ella se fue, el se quedó, se llamaron, se escribieron, se masturbaron compulsivamente pensándose mutuamente; pero con los días, las llamadas fueron cada vez menos extensas, los correos ya no aparecían a diario, las conversaciones por Internet eran cada vez más cortas y las fueron masturbaciones aún más compulsivas e inapropiadas; hasta que todo se anuló, como un televisor que de repente deja de encender, y en la desesperación se destapa en busca de respuestas, pero solo se encuentra una serie de cables conectados sin lógica aparente, chips, botones y tornillos que sin un entrenamiento apropiado sería imposible reparar..
La desesperación crecía a medida que la fecha del retorno se acercaba, las excusas habían llenado satisfactoriamente todas las dudas que dejó el olvido, además, el sacrificio solo hacía que su amor fuera más fuerte, más puro. Por razones que fue incapaz de explicarse decidió que lo mejor que podía hacer era no esperarla patéticamente con un ramo de rosas en el aeropuerto, eso sería insensato dadas las circunstancias, pero en su lugar envió un par de espías, amigos incondicionales, para que le relataran el suceso.
La noticia no podía ser peor, no llegó sola, de su mano llego un extranjero, francés según las fuentes, dueño de una fortuna considerable, del amor de Marisol, y peor aún, del pequeño niño que yacía latiendo en sus entrañas.
Todo el amor que corría por sus venas se convirtió en odio repentinamente, sus ojos se inundaron de sangre y tras destruir todo lo que encontró a su paso, se encerró en su cuarto durante semanas planeando la muerte accidental que habría de aplastar al francés. Unas semanas después, frustrado y melancólico por su incapacidad de maquinar un plan efectivo, salió una vez más a la luz del sol, exhibiendo sus grotescos rastros de miseria, barbado, despeinado y aparentemente si un baño hacia días, portando solo un largo pantalón de pijama y una camisa marcada por días de sudor y encierro. Caminó lentamente hasta la tienda y allí compro suficiente licor para dejar atrás sus penas, su conciencia y la escaza dignidad que le quedaba. Todos asumieron que se enterró entre botellas y libros, huyendo de la vergüenza pública, pero sobre todo del mundo que le recordaba a Marisol.
Durante tres semanas fue incapaz de dormir, de comer, de vivir como un ser racional, volvió a su estado más primitivo, no hablaba, se desplomaba en el lugar que los pocos instantes de sueño que tenía lo encontraran, comía como y donde fuera y por su cabeza ya no circulaban ideas más básicas de higiene personal. Durante ese tiempo luchó contra la única pregunta que lo consumía y encontró tantas respuestas, que un día no soportó su propia inmundicia mental, se levantó, se bañó y afeitó; y en un acto de cobardía infinita se fue a buscar a Marisol.
El camino fue corto, apenas tuvo tiempo de imaginar 342 veces el escenario del reencuentro, las palabras precisas de un discurso que no sería pronunciado, el vestido que llevaría. No pudo evitar analizar la cara de sorpresa que se dibujó en el rostro del guardia, como si hubiera visto un espejismo, la misma cara que debía poner cada tanto cuando otro ridículo pero inesperado giro de la trama aterrizaba infame en su novela de las 9. Hizo el procedimiento de rutina, nombre, apartamento, un momento por favor, silencios de rigor, radio recuerdos musicalizando el ambiente, Buenas tardes......que el señor... Necesita a doña......OK yo le digo...... Que por favor espere afuera que doña Marisol ya baja. El tiempo se contrajo, empezó a resbalarse torpemente sobre el piso de cuadros rojos y negros y aunque no pasó más de un minuto, transcurrió tan despacio como si observara un plato de comida calentarse en el microondas, la puerta del ascensor se abrió.....................Hola.
La conversación se fue antes de que Alejandro la viera llegar, antes de que pronunciara una sola palabra, antes de que pudiera ponerse el corazón en la mano y al menos arrodillarse lastimeramente a llorar con la desesperación que le consumía el cuerpo. Marisol se dio la vuelta para volver rápidamente, le un adiós tan seco que casi le produjo tos y se perdió, tan fugaz como llegó; él se quedo ahí, mirando con impotencia como su amor se iba mientras él seguía intentando organizar el discurso que no tuvo tiempo de empezar y que iría a sumarse a su repertorio de monólogos, otra tormenta de palabras que iría a clavarse con violenta desolación en su hígado.
Tras un solemne mar de lágrimas, caminó hacia él mismo otra vez, entró en su cabeza y cerro la puerta. No habló durante un mes, hasta que la desesperación de sus amigos y familia lo terminaron enclaustrando en un psiquiátrico, donde a fuerza de inyecciones y pastillas se prolongaría la tortura, pero se evitaría la muerte.
Los días se fueron uno tras otro, al final se resignó a hablar porque no soportaba estar consigo mismo todo el tiempo. Los locos le suavizaron la caída, la vuelta a la realidad, tan desquiciados como estaban parecían tener más razones que los cuerdos.
Se encariño particularmente con uno, le decía tocayo, puesto que se creía Alejandro Magno, tenia tal propiedad en su carácter que los demás locos le obedecían, hasta los mismo guardias llegaron a temer que organizara un ejercito. Una tarde, cuando la conversación ya era inevitablemente familiar, Alejandro (el grande) comenzó a preguntarle sobre su vida, por razones obvias todo terminaba en Marisol, todo terminaba en dolor. Mientras comentaba se le aguaban los ojos, de pronto Alejandro el grande se levantó en toda su magnitud. -Su falta de compromiso es la causa de sus míseras conquistas, los débiles como Ud. nunca morirán como héroes, por que nunca han creído realmente en nada-. Se levanto y se fue, tan indignado que nunca volvió a dirigirle la palabra, al menos no en la semana siguiente, en la que la cabeza de Alejandro forjó una nueva idea, una que le consumiría la vida y que le daría el más grande de los honores; la misma idea que lo llevó a escapar por una ventana, a convertirse en otro hombre de la calle, a olvidar todo lo que conocía: Iba a amarla eternamente y a esperar que volviera a sus brazos, aunque le llevara el resto de la vida.

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