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miércoles, 27 de octubre de 2010

Jugando con Catherine

Aquel día en que Catherine accedió a jugar conmigo, todo cambio. Arreglé todos y cada uno de los juegos de mesa que tuve a mi alcance para tenerla contenta, y planeé, como nunca lo había hecho, cada tablero de forma que nunca en lo que le quedaba de juego tuviera que perder, en cuanto a mí, yo simplemente podía ganar al ver su sonrisa de alegría y escuchar una y otra vez el discurso de su arrasante victoria. Lamentablemente el juego nunca es lo que uno espera, y aunque mis estrategias eran inexpugnables, el juego se torno complicado cuando mi contrincante nunca llego, se desvaneció en el silencio, sin mentiras o excusas.
Durante la espera aprendí a ver como se hundían mis barcos de batalla naval bajo un bombardeo que yo mismo ordené; como los peones negros de mi ajedrez correteaban a los caballos, al tiempo que la reina era cortejada por los alfiles y el rey moría de viejo en una torre, todo, contemplado por un pálido ejercito de soldados, atónitos frente a semejante espectáculo; las damas chinas decidieron saltarse unas a otras para mantenerse entretenidas, pero solo hasta cuando quedo una, ésta comprendió la masacre que había puesto en marcha y se arrinconó impactada en un tablero de fichas mutiladas. El monopolio se convirtió en un pueblo fantasma, gobernado por un dedal dictador que se apodero de todo el dinero del banco y construyó el castillo más maravilloso del mundo. Luego de buscarla insistentemente, renuncié para siempre a jugar con Catherine, así que busqué entre mis cosas una baraja de cartas, con la que aún intento completar un solitario imposible, pues desde el hace algún tiempo perdí a la reina de corazones.

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